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Flujo estático del espacio

Sólo una ventana amplia, no hay más. Aquella es la imagen que enmarcará una vista siempre cambiante, diferente cada minuto, cada segundo, una secuencia de elementos que al inicio son incoherentes, atractivos, grandes distracciones por su belleza.


Antes que caigas en cuenta te encuentras mirando la caja tipográfica de un libro que aún emana aquel aroma a tinta que tanto amas, lo abres un poco, metes la nariz y respiras profundamente y en un instante la casa se llena de aquel olor; abres los ojos y sientes que al tocar el interior de las hojas tu dedo se llenará de tinta, así que te limitas a tomarlo de los bordes limpios de la página blanquecina.


Observas el blanco de la hoja y piensas que no debería ser ese el nombre, debería ser alguno más adecuado para aquel color hueso del papel y en un instante recuerdas todos los libros que has leído y piensas en todas las sutiles tonalidades de los papeles, algunos se sienten más grises, otros más rojos, los menos memorables son puramente blancos.


Vuelves a la mancha tipográfica, comienzas a leer y mientras avanzan las lineas escuchas.


Un sonido familiar, una canción que amas, los compases avanzan perfectos con el ritmo de la lectura; por momentos vas de la música a las palabras y viceversa, te adentras en el texto cuando  la música pierde intensidad, te introduces en los acordes mientras pasas frases de transición y, también, hay momentos en que ambos descienden y haces una pausa para contemplar las imágenes que se suceden por la ventana. Observas lugares familiares, lugares desconocidos, por momentos prestas atención a la gente y sonríes cuando tu mirada se cruza con la de alguien interesante, aunque nunca lo suficiente como para sacarte de tu casa.


Mientras, te descubres acariciando la textura del papel, del piso, de la ropa… Nunca, ni un sólo momento, la música se ha detenido; toda melodía que has escuchado es agradable, incluso la más corta te trae algún recuerdo.


Continuas las páginas, los capítulos, las canciones, la música, las vistas que arroja aquella ventana, luces, sombras, todo fluye a la par; armónicamente cuando debe y también desentona cuando es necesario, el flujo es en cualquier sentido y mientras todos los elementos avanzan y piensas que te encuentras en algún otro lado te descubres en la misma posición, cada vez que piensas en ello, encuentras la misma respuesta, tú no te has movido.


Llegas a las últimas escenas del libro, avanzas a través de las últimas páginas y cuando has leído la frase final te levantas de tu asiento, detienes la música, abres la puerta que se encuentra detrás de ti y sales de la casa para revivir de alguna forma lo que has leído.


Dentro todo era penumbra y te envolvía la atmósfera del libro y la música, sales y es completamente abierto, iluminado… piensas en la ventana y las imágenes, ¿era una pantalla, una televisión? sabes que no; lo piensas un poco más y te das cuenta que lo único que cambiaba realmente en el paisaje fuera de la ventana era el tiempo. Combinado con las imágenes que se encontraban en el libro el paisaje mismo se transformaba. No cambió el árbol, no cambió la calle, no cambió nada pero todo devino a algo nuevo. Dentro de tu casa lo percibes con fuerza, mas cuando sales de ella dudas de la certeza de tu pensamiento.

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