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Sobre el espacio público…

… se puede decir tanto, pero preferiría hablar sobre las fuentes teóricas como un espacio; sobre las cuales, en arquitectura, hay una tendencia a la reducción, por lo menos en el arquitecto común y corriente; pocos son los que hacen conexiones complejas en su aparato teórico correspondiente y son capaces de generar conocimiento innovador.

Hay recurrencias, cierto; hay convenciones, cierto; hay autores indispensables, algo de cierto tiene pero puede ser una falacia. Lo indispensable no son los autores, lo grandes arquitectos, los teóricos de la disciplina (no oficio; discusión apasionante si la arquitectura es oficio o disciplina). Las referencias externas son escasas fuera de AutoCAD, las citas bibliográficas son un lenguaje desconocido, la paciencia del pensamiento crítico es impaciente, la abstracción es recurrente, es nociva. No aquella abstracción como herramienta para procesos analíticos, sino la abstracción dentro del pensamiento arquitectónico que deviene tautología. Diseña para públicos imaginados, modelados por él —nada dicho aquí es definitivo, solamente percibido—; abstrae sociedades a conveniencia, diseña con criterios estéticos educados en la disciplina, usualmente diferentes a las de las personas que serán los dueños finales de aquellos espacios. El pensamiento teórico manejado de tal forma no construye una reducción teórica. Teoría reducida sería una expresión más real.

Los arquitectos no leen… ¿Los arquitectos no leen? Sí leen, pero poquito. Con imágenes. Sin referencias. En papel couché. Blogs. Twitter… leen, es innegable; ¿adecuadamente?, de nuevo: cuestionable aseveración. Comenzar a tratar las fuentes teóricas como un espacio sería adecuado; volver digeribles las innumerables referencias para la forma de leer de los arquitectos: como objetos tangibles, como lugares delimitados, como imágenes familiares.

La teoría arquitectónica visita siempre los mismos museos: Le Corbusier, Gropius, Villagrán, Ruskin, Vitrubio, Mies, Palladio, Wright, Derrida en algunos casos, etc. Los grupos de visitantes escuchan al guía, murmuran entre ellos, observan las imágenes expuestas, olvidan leer las fichas y esperan el término de la visita para volver a casa, ir por un café, o hacer cualquier otra cosa. Salen del museo y vuelven a casa, caminan por la calle ignorando todo estímulo sensorial, pensando solamente en las imágenes y en qué forma podrán utilizar esas imágenes, aquellas composiciones, los materiales tan hermosos y brillantes (claro, no han visto cómo después serán cubiertos, no por pátina; por el polvo, el óxido y se volverán viejos y olvidables, desechables) en sus proyectos y, ya no bocetos, planos.

Alguno se queda en el museo, observa las imágenes y nota que no le dicen nada, lee las fichas y se da cuenta que las 18 dicen lo mismo, con diferentes palabras tal vez; se decepciona y, tras vagar algún tiempo entre las salas, nota que aquel museo se encuentra cerca a una plaza viva y bulliciosa. Recorre el laberinto de salas para salir y acercarse a aquella plaza.

Vaga sin rumbo por la plaza, escucha una conversación al pasar junto a un pequeño grupo, caminará junto a una pareja y escucha algunas frases «te extrañaba, fuiste tú quien me abandonó aquella vez, debí regresar pero no supe cómo hacerlo, tuviste el…», se acerca a una mesa de un café que se abre a la plaza y le pide a un lector absorto su encendedor para prender un cigarrillo, pues olvidó el suyo en casa; observa el libro que tiene en la mesa aquel hombre, anota el título en su mente, toma el encendedor, prende el cigarrillo, agradece, se queda parado intentando decidir hacia dónde dirigirse: izquierda, derecha, de vuelta a casa… toma la derecha y abandona la plaza, camina por calles que quiebran ligeramente, observa las sombras, las fachadas; le llama la atención una persona al otro lado de la calle, le parece agradable… discretamente se acerca, piensa en las formas de entablar una conversación, avienta el cigarrillo hacia un lado y cae junto a un perro, que chilla y su dueño reclama «¡idiota!». La persona que seguía notó la situación, rió y se acercó. Aprovecha la situación y saluda, caminan, platican; «¿haces arquitectura?, sí, ¿qué me puedes decir de aquel edificio?, …, ¿y de aquel?, mejor dime tú qué piensas de ellos y qué representan para ti… ».

Recorren el lugar (¿pueblo? ¿ciudad? ¿centro? ¿periferia?), calles y plazas, a sol y sombra, no entran a ningún edificio, se acercan a algunos, observan las puertas que los rechazan y continúan su camino; encuentran uno abierto, sin puertas, sin límites que alejen o acerquen las calles y plazas: una calle fuera de las calles.

El recorrido se vuelve recurrente, otros recorridos se vuelven consecuencia, más recorridos se vuelven introspectivos, finalmente los recorridos comienzan a volverse analíticos. Piensan en nodos, en bifurcaciones, en divagaciones, en espacio público; nunca entran a los espacios cerrados, se vuelven extranjeros en su propio lugar, conocen cada forma y han escuchado y tenido bastantes conversaciones sobre la gente, el clima, la vida, los deseos, la arquitectura se vuelve un telón de fondo, una excusa espacial irrelevante para el devenir. Recorren sin buscar, andan sin un fin, llegan a nodos y los abandonan después de unos minutos o varias horas. Se acercan a la gente, la evitan. Hablan de ellos, hablan de aquellos, nunca del dónde. Ese dónde se construye en cada vector de su recorrido, son nómadas citadinos, se vuelven abstracciones irreductibles. Devienen en conjunto e imperceptiblemente superan sus lugares y caminan sin rumbo llegando a lugares adecuados.

Se pierden y se encuentran en un lugar nuevo, rodeados de gente a la que entienden sin conocer, respetando sus lugares y motivando su movimiento. Autores, referencias, lugares, tipologías, todo se vuelve irrelevante al entender de otra forma el espacio; sin embargo, están ahí, los edificios, las calles, avenidas, plazas, parques. Habrá más, habrá menos, de gran calidad, de dudosa calidad; sin embargo… se adaptan porque han aprendido a caminar fuera de los museos y de los recorridos sugeridos.

El espacio teórico es inmenso, es un lugar público y es deseable (necesario, diría yo) perderse en él, pues caminar entre campos ajenos abre los ojos y rompe los anquilosamientos sensoriales; el problema sobreviene cuando uno olvida regresar la mirada y depurar contenidos para una aplicación en lo propio: arquitectura, diseño, como deseen llamarle. El diseño mismo es un espacio público, crece y se transforma con los locales y los visitantes. Hablar como extranjero en tu propia lengua hará que el lenguaje evolucione y, con él, los espacios entendidos o creados por uno mismo y por los otros.